martes, 23 de julio de 2013

Por el camino del desierto...



Cuando ya estaba acostumbrado a despertar cada mañana con el sonido de la llamada a la oración llegó el primer día en Marruecos donde lo hice sin oír ese omnipresente Allahu Akbar matinal con el que abrir los ojos a una nueva jornada, de hecho en el corazón de la Garganta del Dades no vi ni una sola mezquita, estoy convencido de que las habría pero no eran reconocibles de lejos.

Después del desayuno, compartido con nuestros camaradas de viaje y de otros muchos que hacían la misma ruta pero con distintas compañías de viajes, comenzamos la jornada subiendo a la furgoneta “Ours Blanc” para continuar nuestro camino hacia el desierto, lugar en el que terminaríamos la jornada aquel día, haciendo las paradas marcadas en la ruta inicial del viaje.

El paisaje desde Boulmane Dades.
La primera parada del día fue Boulmane Dades, donde nuestro chófer tuvo a bien pararnos para que pudiésemos comprobar el paisaje árido que rodeaba a la ciudad, un breve bajar y subir del coche para echar unas fotos y estirar mínimamente las piernas.

La segunda y más duradera parada del día fue en Tinhir, una ciudad próxima al desierto y a los pies del Atlas donde tuvimos la oportunidad de descubrir algunos detalles curiosos, de esos que tienes que conocer al menos uno antes de irte por la noche a la cama. La ciudad tiene una antigua kasbah, que como la de Aït Ben Haddou, conserva casi intacta la estructura original, en la mayoría de las casas no existen ni la luz eléctrica ni el agua corriente. La mayoría de la gente de la ciudad viven de la agricultura, existen varios proyectos de cooperativas agrícolas en la zona, la minería, hay una mina de plata por la zona, y el turismo, no es una ciudad para pernoctar pero cada día pasan cientos de turistas por sus calles que hacen que los comerciantes y artesanos saquen adelante sus pequeños talleres y tiendas.

La de la derecha es una palmera hembra y la de la izquiera macho.
Hubo un par de detalles que me gustaría compartir con vosotros y que hicieron que sacara la libreta de apuntar ideas para reflexionar después del viaje. La primera fue que por primera vez en mi vida descubría que hay dos tipos de palmeras, y que por increíble que pueda parecer existen palmeras macho y palmeras hembra, y que no sería posible la existencia de la una sin la otra, uno de los principales atractivos de la ciudad es su inmenso palmeral, fuente de riqueza y de vida a todas luces para una ciudad tan castigada por los rigores medioambientales, se podría decir que es un auténtico oasis en las puertas del desierto. El segundo de los detalles, desde luego mucho más importante que el anterior, que me gustaría compartir es como los más pequeños aprenden también a vivir de los turistas. Cuando íbamos acompañados por el guía, un buen hombre bereber ataviado con sus mejores galas, aprendiendo a diferenciar entre los distintos sexos de las palmeras, un par de niños pequeños, de no más de 5 o 6 años, comenzó a seguirnos seguramente sorprendido por nuestras pintas, pero seguramente también convencido de que podían sacar algo de provecho, recuerdo que una de las veces cuando estaba sacando una foto la niña, la más mayor de los dos, me miró, me pidió una foto y me sonrío para, después de haber inmortalizado el instante, pedirme por favor que le diera un dírham para comprarse un helado, evidentemente no se lo di pero aquel instante, aquellas palabras no me dejaron indiferente y a día de hoy sigo pensando en lo poco que aquella niña pedía por su sonrisa, alguno puede pensar que fui un tacaño por no acceder a la oferta pero os diré que para mí no hay dinero suficiente en el mundo para comprar la sonrisa de nadie.

Una sonrisa, un dirham.
Atribulado aún por la “oferta” recibida antes de abandonar el palmeral de Tinhir, subimos de nuevo a la furgoneta para adentrarnos hacia otro de esos rincones de cine que visitamos durante nuestro periplo, en este caso ni más ni menos que la Garganta del Todra, un lugar escarpado y abrupto que ha sido espectador de lujo y escenario natural de películas como Indiana Jones. El lugar, paraíso para todo amante de la escalada, es un estrecho valle a los pies de la cordillera del Atlas, en el que el río Todra ha ido arañando con el paso de los años las montañas calizas, dejando un surco por el que hoy llega la vida a los pueblos de la zona, realmente esos riachuelos son la única fuente de agua que uno puede encontrar por la zona, por lo que la parada, por obligatoria y refrescante, fue mucho más que agradecida.

Garganta del todra, un paraíso para los amantes de la escalada.
Momentos después de refrescar cabeza y pies en las veloces aguas del río paramos en uno de los restaurantes “para turistas” que surgen a la orilla del camino. Durante el viaje también hubo tiempo para hacer estudios gastronómicos y os puedo asegurar que probé todos los sándwiches de kefta de un lado a otro del trayecto. Recuperadas las fuerzas ya estábamos listos para el último tramo antes de llegar al destino final Merzouga.
 
Panorámica del palmeral de Tinhir.
Un par de horas después de salir de Tinhir llegábamos a Erfoud, uno de los oasis que hay ya en las puertas del Sahara, la parada, inesperada en este caso, fue para visitar una fábrica de losas de piedra con fósiles. Durante la visita nos explicaron el proceso de extracción de la piedra y cómo iban tratándola hasta llegar al acabado final: platos de ducha, encimeras, decoraciones… lo más sorprendente para mí fue ver como en escasos 10 segundos se evaporaba la botella de litro y medio de agua que el guía de la visita acababa de verter sobre una de las losas, rondábamos los 45º, el desierto nos daba su particular bienvenida.

El primer momento de “tensión” del viaje llegó justo después de la parada cuando el chófer del viaje nos anunció que íbamos a parar veinte kilómetros más adelante para hacer el último aprovisionamiento de líquidos antes de llegar al desierto, la recomendación: tres litros de agua por cabeza, yo pensé que mejor seis, por si acaso. La parada para esa última compra previa fue en Rissani, donde el precio del agua potable es más elevado que el precio de la gasolina.

Avituallados y expectantes por lo que habría de venir salimos camino de Merzouga en el mismo momento en el que una tormenta de arena hacía aparecer y desaparecer la carretera a nuestro paso. Yo confiado en la pericia de nuestro chófer escuchaba, y nunca en un mejor momento…

Mañana más!! Un abrazo a todos y SED FELICES!!!!

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